Cuento Travesaño

TRAVESAÑO
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Y había luz cegadora, pero quien sabe si era de un estadio o de la calle, su nombre estaba escrito en su uniforme, pero no recordaba si era su jersey o su gafete de trabajo; respondía a lo que decía cada letra marcada: González, aunque también lo hacían otros tres jugadores de su equipo. Estaba aturdido.

Se la jugaban todo, Gonzáles (nuestro González) ya estaba bañado en sudor, como si se jugara un importante lugar.

Pronto nuestro González recordó porque no tenía consciencia de lo que pasaba. No había sido un balonazo, no era sudor lo que corría en su frente; se jugaba la vida.

Había sido un accidente, su colega, Martínez, iba en el mismo camión cuando chocaron. Los dos estaban gravemente heridos, no en la misma ambulancia, pero si llegaron al mismo hospital. A Martínez lo habían perdido por un momento, fue ahí que el compañero de González comenzó el partido. Pero en un quirófano lo revivieron, lo sacaron de la cancha, y no hubo a quien más llamar de cambio que a González.

Y mientras a Martínez lograron reanimar en el hospital, Gonzáles se iba desprendiendo, dirigiéndose a la zona de la cancha donde jugaría estos últimos minutos…
No era una hora pico la del accidente, el camión no iba lleno, apenas eran unos 14, los jugadores y la banca. Algunos ya no podrían pisar la cancha de juego.

Llego el tiempo agregado. Empate. Todo o nada.

González en la cancha, tenía la respiración agitada. El sudor era rojo naturalmente. El único beneficio es que no tenían dolor de caballo, no se quedaban sin aire. Pero cada vez que les aplicaban el electrochoque en el mundo real, era como un calambre en todo el cuerpo. Ya no había cambios de su equipo, el visitante.

El balón recorría una cancha enorme, que iba por todos lados, recorría arriba y abajo, tenía escaleras y desniveles, llegaba a callejones. Y fue ahí que González (nuestro Gonzáles) se dio cuenta que la cancha recorría cada momento de su vida, que los goles que había anotado cuando la cancha era una mochila y un árbol habían contado.

Era difícil maniobrar el balón pues a veces era tan inestable como una lata, una botella llena de tierra, tan ligera como una bola de papel o tan pesada como una piedra.

La jugada del balón a veces llegaba a la cocina de su madre, el patio de su amigo Martínez, vio a un compañero que le echaba porras, aquel que perdió el día en que en las retas después de clases todos vieron el auto menos él. Aun tenía la marca de llanta en el costado de su cabeza.

Uno de los González le paso el balón cambiante a nuestro González, que paso el medio campo, logro burlar al medio izquierdo, acercándose poco a poco a la portería enemiga. El defensa se barrio en vano, pues se siguió hasta que el cumulo de pasto lo detuvo, González ahora parecía que estaba alardeando, se llevo al otro defensa, y regreso para burlarlo otra vez.

Solo le faltaba un jugador. El portero, que no le importo la entrada, fue al balón y se llevo de paso a nuestro González.

Penal.

El equipo rival local estaba furioso, no iban a perder contra un montón de mortales (menos contra González que los burlo a todos) así que, desprendiéndose de todo el esquema formal aplicaron la regla de crisis de tiempo.

Gol de oro. Si Gonzales metía, ganaban, no podrían ganar de otra forma. Fallar sería un coma eterno.
González se preparo y como le había visto a sus ídolos, coloco el balón en el área, dio tres pasos hacía atrás y respiro profundamente, estaba a punto de tirar…

El equipo local (de los no mortales) aplico algo más allá de la pena máxima, González pudo escuchar al narrador del partido, se jugaban todo por todo.

Salieron de la superficie otras dos porterías, idénticas a la central, el portero fue relevado por el mismo San Pedro, que lograba cubrir las tres porterías con todos sus ángulos.

Tres porterías, González lo sabía, una era regresar a la vida, despertar el y todos sus compañeros en el hospital, otra simbolizaba la entrada al cielo, la otra, el infierno.

¿Cuál era cuál? Nuestro González no lo sabía. La sonrisa y mirada penetrante de San Pedro no le revelaba la respuesta.

Podía sentir el latido de él y sus compañeros, transformado en el sonido del monitor cardíaco. Nuestro González dio tres pasos hacía atrás, tomo la última bocanada de aire que tomaría en la cancha. Avanzo poco a poco hasta llevar toda su energía a sus piernas y de ahí pasaron a su empeine…
Gol.
"Pinched ball" (1993). Obra de Gabriel Orozco

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